Este es un hermoso poemario, no un libro de poemas más, sino uno que hace latir aprisa el corazón y provoca ganas de copiar un verso para decirlo al amante, al amigo, al oído sabio y conocedor de la poesía.La autora logra concretar en su lenguaje, lo humano y lo divino, lo erótico, lo romántico, lo filosófico… una mezcla de sentimientos compartidos en una entrega emocional de esta joven emigrante, curtida en el amor pasional y en el etéreo, ese del alma, que anida melancolía, nostalgias, ausencias…
Al traspolar pasiones, experiencias, nos acerca a su manera de ver la vida y de engarzar con fértil imaginación acontecimientos reales, para introducirnos de lleno en su universo personal. Desde un punto de vista objetivo, hablando de la poesía en sí, pues hay asonancias, ritmos arrítmicos, métrica inusual, consonancias y hasta disonancias, que no se aferran a lo estrictamente académico al enseñar sobre el tema. Ahora, si medimos la obra por las sensaciones que ocasiona su lectura; si vale la impresión que permea los sentidos, como si se pudiera palpar el verso, olerlo, apretarlo, saborearlo, entonces, estamos ante algo que llamamos arte, el arte de versar la vida con respeto a la estética y a un estilo propio.El abordaje de un tema universal como el amor, el de pareja -que se goza si es correspondido o se sufre cuando media la traición, la indiferencia o el olvido-, o a la vida, donde a veces se cae en una árida soledad acompañada de la tristeza, no menoscaba la sensación de gozo que deja el libro con sus suspiros y mofa, y su delicadeza y alegría.
Ivis Acosta Ferrer ha logrado –sin proponérselo, estoy segura-, crear un libro que es narrativa en verso, que dice y sugiere lo que calla.

Prólogo de Zenaida Ferrer para el libro "Todo lo que no digo".


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